Moustapha Safouan
« Le langage et la
différence sexuelle »
Ed. Odile
Jacob. París. 2009
Reseña: Rosa
Navarro Fernández
Moustapha Safouan es un
psicoanalista sobradamente conocido. Formado en el seno de la Sociedad
psicoanalítica de París, fue miembro de “l’École Freudienne de París”, hasta su
disolución. Ha publicado varias obras, entre ellas, Estudios sobre el Edipo, 1974; La sexualidad femenina, 1976; El fracaso
del principio del placer, 1979; El inconsciente y su escriba, 1982; La transferencia y el deseo
del analista, 1983; La palabra o la muerte, 1993.
En
su obra, “El lenguaje y la diferencia
sexual” realiza un recorrido necesario, bien sintetizado, y esclarecedor, a
través de cinco cuestiones esenciales respecto al hecho de que el hombre se
define como hablante y como sujeto sexuado, y por tanto transitado desde el
origen por el deseo.
Cada
una de estas cuestiones
abarca un capítulo del libro: la elaboración del concepto de “objeto a”,
verdadera invención de J. Lacan; sobre la sexualidad femenina, de la realidad
sexual al deseo sexual; la cuestión del goce suplementario; la primera
identificación al padre; y el lenguaje y la diferencia sexual.
Su primer capítulo, titulado
“La elaboración del concepto de objeto a”, da cuenta del proceso de elaboración de dicho
concepto, partiendo de Freud, quien plantea la paradoja del objeto de la
pulsión, variable de acuerdo con lo que se reencuentra y siendo siempre el
mismo, en cuanto objeto fundamentalmente perdido en todo reencuentro;
hasta Lacan, quien hará la aproximación de dicha paradoja y el rasgo que define
al hombre como hablante, y que lo llevará a hacer su propia invención, la del
objeto a.
Por tanto nos va a mostrar que
la teoría del objeto a representa la
consecuencia del descubrimiento freudiano del objeto-causa de la pulsión, a
partir del planteo inicial de S. Freud sobre el deseo como efecto del logos y
del concepto fundamental de pulsión, que implica la diferenciación de goce y placer. Y lo va a
hacer conduciéndonos a través de las teorías de otros psicoanalistas, Winicott,
Ferenczi, Abraham, Anna Freud y M. Klein, señalando la desviación hacia una
nueva orientación del psicoanálisis, debido a la confusión entre objeto real,
objeto de percepción, sólo distinguible como interior y exterior, y el objeto
causa del deseo.
En realidad es a partir de la
teoría sobre la represión originaria que se produce el cambio radical sobre el
concepto del objeto, cambio iniciado por Lacan, con su modificación de la
concepción del lenguaje y con su definición de lo real. Por un lado lo real es
lo que se descubre en el interior de un sistema simbólico como aquello que el
sistema pone de lado, fuera de su captación, para poder funcionar. Así la
significatividad del lenguaje sólo puede funcionar al dejar fuera de su
posibilidad de articulación, un objeto que Lacan escribe “objeto a”. M. Safouan señala cómo Lacan pone
fin a la mitología del vientre materno y su retorno a él, ya que, en el inicio,
de quien es separado el recién nacido, es de una parte de sí mismo. A
continuación nos va a conducir, haciendo un repaso de los objetos parciales,
hasta llegar al falo y su estatuto particular, pues es gracias al falo que los
otros objetos se sexualizan y vienen a marcar al sujeto con el sello de la
castración. El falo es otro nombre del padre.
En el capítulo dos, siguiendo
la secuencia lógica del anterior, toma el tema de la sexualidad femenina con la
finalidad de situar el falo como objeto metafórico (metáfora paterna). A partir de las dos posiciones encontradas,
la de S. Freud, para quien la feminidad es un proceso, y la de E. Jones, para
quien una mujer nace mujer, señalando lo que en cada una de ellas no se
sostiene, va a dar sobrada cuenta de una tercera posición, la de J. Lacan y sus
dos aforismos: “La mujer no existe” y “No hay relación sexual”, esclareciendo a
qué se refieren cuando se enuncian de esta manera. De este modo viene a
subrayar aquello en lo que para él reside la llamada función fálica, y permite
abordar las llamadas fórmulas de la sexuación, que conciernen no tanto a los
dos sexos, masculino y femenino, sino a sus deseos, proceso por el cual se
explica cómo es que un sujeto, masculino o femenino, pueda llegar o no, a
adoptar una posición en conformidad con su sexo biológico.
Para Safouan las tesis de Lacan
sobre la formación del deseo femenino y de un goce más allá del goce fálico, el
goce suplementario, abren un interrogante: ¿la teoría lacaniana no promueve
acaso una figura del goce que se presenta como pura negatividad? Este va a ser
el tema a proseguir, el del goce suplementario, abordando en el tercer capítulo
algunas observaciones a propósito del “al
menos uno”.
M. Safouan acuerda con G. Le
Gaufey en descartar la idea, de que la excepción, en oposición a la proposición
universal positiva, el “al menos uno”
lacaniano, reenviaría a la figura del padre castrador de la horda primitiva. Es
más bien la denominación la más abstracta del padre, en tanto que por el hecho
mismo de su nombre, juega un papel importante en el inconsciente. Anota cómo
Lacan lleva a la desmitificación extrema la figura del padre, al poner al
descubierto la necesidad, simplemente lógica, de esta figura, desembocando en
“pasar del nombre del padre a condición de servirse de él”.
Con el anterior capítulo,
prepara el camino para su siguiente tema: la primera identificación con el
padre.
Comienza por aclarar la
significación de la Cosa, que Lacan asocia al goce en su texto sobre la ética
del psicoanálisis. Lo hace bajo dos ángulos, el de aproximar la Cosa y el
objeto a, y en este sentido, la Cosa
que cava el vacío central, no sólo mueve a reencontrar el objeto perdido, algo
repetidamente fallido donde el objeto siempre se pierde, sino que por esto
mismo la Cosa es causa del deseo. El otro ángulo es el de aproximar la Cosa a
la madre en tanto que prohibida, en tanto que la ley de prohibición del incesto
al operar, hace de la madre un objeto francamente perdido.
Existe una distinción entre la
mención de un nombre y el nombre como sujeto de la proposición, es decir el
nombre como tal y no lo que dicho nombre designa, así pues la ley de
prohibición del incesto está ligada a la existencia del nombre del padre pero
más precisamente al lugar que el nombre de este nombre ocupa en las
nomenclaturas del parentesco. M. Safouan introduce de este modo la cuestión esencial
del nombre del padre como símbolo, más
que como significante, de este modo el peso que la ley de prohibición del
incesto tiene en el discurso de la madre, se mide, no tanto por la articulación
que ella hace del significante nombre del padre en su palabra, sino por la
efectiva separación producida entre su amor y su goce.
El deseo es deseo de la madre,
justamente porque ella está prohibida, el deseo es pues la ley en su función de
limitación del goce, por eso el levantamiento de esta limitación ahoga toda
posibilidad de poner en juego el deseo, del mismo modo que la emergencia de un
sujeto. Lo que el sujeto desea es la prohibición misma.
Ante la cuestión de cuál es el
padre del cual todos los otros son sustitutos, M. Safouan va a evocar a partir
de una cita de S. Freud: “el otro prehistórico, inolvidable, que ninguno logra
más tarde igualar”, la figura del padre de la primera identificación,
identificación constitutiva de la instancia llamada el ideal del padre, imagen
del padre que no dejará de tomar el valor de la excepción, en cuanto imagen no
mellada, imagen que no conoce la rotura. Esta identificación llamada por Freud
masculina, que es igual para los dos sexos, anuncia la fase fálica.
Y llegamos al último capítulo
sobre el lenguaje ordinario y la diferencia sexual, cuyo objetivo como M.
Safouan escribe es doble, desarrollar lo que se puede decir sobre el goce
femenino y mostrar que el falo como significante de la diferencia sexual se
enraíza en el lenguaje ordinario. Así nos va a conducir a través de la
particularidad del sujeto, que está tomado por el lenguaje; de la articulación
significante que hace al sujeto y a la diferencia del objeto de la demanda de
amor y del deseo; del objeto de deseo de la madre; hasta la metáfora paterna.
Tanto si el falo es considerado como significante del deseo o incluso como
representante de la ley en el psiquismo, es la significación fálica quien funda
la sexualidad humana. Dicha sexualidad está regulada por el complejo de
castración, donde el falo funciona como índice de una falta radical, que es una
falta en ser.
No hay goce que sea a-fálico,
el sujeto encuentra el goce, o bien al ser el falo en sus fantasmas, que
responden a la pregunta de lo que él es, o bien al tenerlo en el acto sexual.
Conviene entonces preguntarse sobre el goce místico, cosa que M. Safouan hace,
mediante una interesante ilustración, la del gran místico Hallâj (858-922), y
así concluye: “no hay goce fálico y goce a-fálico; hay la alternativa: goce
fálico o pulsión de muerte.
Y para terminar esta reseña,
espero haber podido con ella despertar el deseo de su lectura, de seguir este
recorrido al que M. Safouan no sólo nos invita, sino que nos emplaza con ello a
volver una vez más a deshacer certezas y una vez más a preguntarse sobre
cuestiones psicoanalíticas fundamentales, a acercarse, en ese volver
continuado, con la apertura necesaria, para descubrir nuevas articulaciones, un
volver continuado que es y no es repetición, en resumen a seguir buscando.