RINCÓN DE LECTURA

TRAUMA. Estudios de clínica psicoanalítica
Número 1
LA DIFERENCIA SEXUAL A DEBATE

                                                    

                                                   JEAN-PIERRE LEBRUN

                                                    La perversion ordinaire
                                                           
                                                              Denoël, 2007
                                        
                                              
                                              Reseña: MARIA VILMA SCHWARTZ

     Jean-Pierre Lebrun, que pertenece a la Association lacan­nienne international y a la Association freudienne de Belgique, forma parte del conjunto de psicoanalistas lacanianos de edad mediana formados por Lacan mismo, en la disuelta Ecole Freudienne de París por él fundada. Estos psicoanalistas pue­den ser considerados el relevo generacional de los primeros discípulos de Lacan.
     
     Junto con otros nombres tales como Chemama, Philippe Julien, Gérard Pommier, Guy Le Gauffey, Eric Porge, etc, etc. contribuye con sus producciones teóricas prodigadas en nu­merosas intervenciones públicas así como en numerosas pu­blicaciones y varios libros, al desarrollo del psicoanálisis. Interesado especialmente en temas que obligan a interrogarse acerca de la conjunción de lo social y de la subjetividad individual, nos ofrece en este (último libro un rico panorama de los problemas propios de la clínica contemporánea, así como diversos capítulos dedicados a examinar los cambios en el ma­trimonio, la diferencia de los sexos, la educación, el pasaje a la edad adulta y en toda la vida colectiva.
     
     Para Jean Pierre Lebrun existe actualmente una mutación del lazo social, porque se renuncia a la excepción y al vacío o pérdida de goce por la entrada en el lenguaje. En anteriores publicaciones ya se había referido a este tema. En un trabajo publicado en la revista de la Association Freudienne de Belgi­que[1], ya había desarrollado ideas que retoma en este libro: sostiene que hemos pasado de una sociedad jerárquica a otra que no lo es, de un régimen vertical a uno horizontal, que ha ocu­rrido una emancipación de la trascendencia en que la religión pasa del ámbito público al privado, lo que produce que lo que era un mandato exterior pasa a ser interior. Se producen gran­des cambios: por ejemplo, el médico de ser un «guardián de la vida» pasa a tener que considerar Ja eutanasia. La transformación social obliga a que todo tenga que ser renegociado. Le­brun entiende esta mutación como un cambio de régimen simbólico, de este modo se evita caer en la lectura de la dere­cha que ve una evolución hacia la anomia y la decadencia y en otra de la izquierda que ve en la mutación social una posible eliminación de la heteronomía que favorecería una mayor jus­ticia y democracia. Con ambas posturas Jo que se niega es la gran confusión que comporta esta mutación[2]
     
     Sostiene en La Perversión ordinaire que el niño necesita construir su autonomía ayudado y no espontáneamente como creen muchos. La relación entre padres e hijos ha cambiado por el estatuto diferente del niño en los dos últimos siglos y la mutación del lazo social. Se crea una gran confusión por un exceso de democratización que lleva al «democratismo» que iguala a todo el mundo y también a padres e hijos. Se con­funde la igualdad de derechos con no cumplir con la transmisión de la renuncia al goce que funda lo humano y la cultura, como sostuvo Freud. El exceso de «igualitarismo» hace que los padres no encuentren apoyo en el imaginario social a su función de poner límites, con lo que los niños se sienten aban­donados y angustiados porque en ellos mismos no tienen los recursos necesarios para enfrentar su angustia al no poder confrontarse a un límite.
     
      Los derechos de los niños no quiere decir que son adultos, los adultos y los niños ocupan un lugar diferente, a esto se opone el democratismo, se teme un abuso del poder como antes y se permite entonces el abuso de poder de los niños en su omnipotencia infantil de «rey de la casa». Se les condena a no crecer y ser siempre niños. Dando hoy un lugar central al niño, es su propia trayectoria como niño lo que se le roba. Por ejemplo los padres separados temen prohibir algo a los hijos cuando están con ellos, son ahora los padres los que deman­dan amor a los hijos. Esto tiene que ver con el cambio del es­tatuto de los niños. La familia ha pasado de ser una célula social a ser una célula del individuo. Hay un corte en la trans­misión generacional. Si la generación precedente renuncia a su obligación de sostener la confrontación con los jóvenes, deja a esta última una tarea imposible, porque para transmitir la ley del deseo hay que respetar la diferencia generacional. El psicoanálisis puso en evidencia que el fondo de nuestro deseo es incestuoso y asesino pero que lo propio de la humanización es la renuncia a su cumplimiento; o, dicho de otro modo, es aceptar un límite. La subjetivación consiste en sostener la división entre goce y deseo. Para llevar a cabo este trabajo hay que respetar la diferencia generacional.
     
     Cuando el lugar de la excepción es reconocido como legítimo se acepta una asimetría y un ternario que va más allá del espejo. En general los padres no asumen la diferencia con los hijos y esperan, como si ellos fuesen adultos, que se eduquen solos. Sin consentir a la pérdida y a la diferencia de lugares no hay vida colectiva ni singularidad subjetiva.

      El niño abandonado a sí mismo bajo el pretexto de evitarle la renuncia y la conflictualidad que implican el hecho de cre­cer, ve confirmado su sentimiento de estar sin recursos para afrontar sus dificultades, sus angustias, ya que se le ha evitado la confrontación con un límite, y la confrontación con lo impo­sible que es lo que hace posible proseguir los proyectos.
     
    La mutación del lazo social ha conducido a promover en el sujeto otro mecanismo que la represión: se trata del desmen­tido (renegación).
     
      La evolución de la relación con el goce sexual muestra que la sexualidad se banaliza, es como algo dado, una especie de satisfacción exigible.
     
     Del discurso del Amo en que lo que manda es el lugar de la excepción, se pasa al discurso del Capitalista en que lo que co­manda es el propio sujeto. Esto conduce a una economía en que la pérdida, sustracción o limitación del goce ha desaparecido. Esta economía subjetiva existió siempre pero en este momento se ha vuelto dominante; es una economía basada en el goce. Se ha pasado de la padre-versión[3] del deseo a la madre-versión.
     
     Los neo-sujetos no prestan gran atención a su historia, ne­cesitan sensaciones fuertes, presentan adicciones al cannabis o al sexo, pueden tener ataques de pánico, pueden depender económicamente en la adultez de la madre o la esposa.
     
      Las dificultades que se ven en la clínica no son motivo de demanda de psicoanálisis, son más bien objeto de una eviden­cia no reconocida que se busca solucionar con múltiples adic­ciones compensatorias, es decir que no son fácilmente llevadas a la palabra. El neo-sujeto es un sujeto sin amarras aparentes lo que puede correlacionarse con el desmentido. Continúa el autor diciendo que la organización psíquica del neo-sujeto no es la de un psicótico ni la de un perverso clásico. El desmentido o renegación son propios del polimorfismo perverso del niño que debe ser conducido por los padres a una renuncia al goce, Jo que no ocurre sino al contrario ya que también lo social invita a mantener Ja vía ilusoria del desmentido. Basta para ello que la madre se dedique sólo a ser madre y no se muestre mujer. Si sólo es hijo de su madre, el neo-sujeto practica el desmentido para evitar la subjetivación, mientras que el perverso hace del desmentido su modo propio de subjetivación, lo que le permite aniquilar la alteridad del otro instrumentándolo.

     Aunque me he detenido ampliamente en sólo algunos capítulos, el libro contiene ideas muy interesantes y sugerentes respecto de la relación entre lo individual y lo social, preocupación, como ha sido señalado más arriba, de la que el autor ha dado cuenta en numerosas intervenciones y/o publicaciones.

     También se agradece que el autor se refiera no sólo a la modificación del lazo social y a la variación en la clínica psicoanalítica con la aparición de nuevas formas del malestar, sino que reflexione y aporte su experiencia en la modificación de la conducción de la cura, que tales cambios demandan.
En fin un libro de lectura no sólo amena y hasta apasionante en ciertos momentos, sino quizás obligada en los tiempos que nos tocan vivir.


Publicado por Ediciones Serbal
Barcelona 2009
    












[1] J-P Lebrun: «La mutation du lien social». En Le Bulletin Freu­dien, Revue de L'Association Freudienne de Belgique, 2004/43-44

[2] ¿Se podría pensar desde esta perspectiva el abuso del diag­nóstico de SDAH en los niños en edad escolar?

[3] Según Lacan la père-version, que es homofónica con perversión.                

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